El Conventillo - Buenos Aires, Argentina
Imagen de un conventillo de 1914 |
Toda la calle Balcarce, desde Plaza de Mayo hasta Parque Lezama fue una sucesión de viejas casas coloniales con techos de tejas, tan bajos que parecían caerse encima de los transeúntes, devenidas en conventillos, con su chapa metálica, que según la ordenanza municipal indicaba la existencia de un inquilinato.
La falta de proporción existente entre la llegada de inmigrantes y el alojamiento insuficiente impulsó la construcción de gran cantidad de inquilinatos con un elevado grado de hacinamiento y deficiencias sanitarias.
En esas habitaciones vivían, comían, dormían amontonados y las utilizaban como talleres donde costureras, planchadoras, armadoras y sastres se dedicaban al sistema de “trabajo a domicilio”. El hacinamiento estaba agravado por el precario o inexistente servicio sanitario, que dio origen a verdaderos focos de enfermedades infecto contagiosas como el cólera y la tuberculosis.
Los cuartos de baño eran escasos y difícilmente podía bañarse la décima parte de las personas que allí habitaban. Bañarse en el conventillo no era fácil, con baño para 100 personas. Además, los baños permanecían abiertos pocas horas al día y todos debían lavarse en un tiempo muy corto. Las letrinas eran escasas y mal aseadas. El 20% de los conventillos de la ciudad de Buenos Aires no poseían baños ni letrinas de ninguna clase.
La falta de cocinas obligaba a los inquilinos a usar braseros, que se encendían en los patios junto a las puertas de las piezas; de esa manera, a la hora del almuerzo o cena, estaban encendidos en el mismo patio, 20 a 30 braseros. Los problemas se agravaban en los días de lluvia, porque los inquilinos cocinaban dentro de los cuartos. Cuando los ocupantes de una pieza eran verduleros o vendedores de pescado y no conseguían vender toda la mercadería, lo que sobraba era llevado a la habitación, cuya atmósfera se saturaba con las emanaciones de pescado, frutas y verduras pasadas.
El patio del conventillo era el espacio común de todos los inquilinos, donde se debía compartir la pileta de lavar, la soga de tender la ropa, la ducha y la letrina, lo que en muchas ocasiones provocó frecuentes peleas. En las mañanas de verano el conventillo era invadido por vendedores ambulantes y repartidores que llevaban provisiones como pan, leche, carne y verduras, entregadas de puerta en puerta o en pleno patio. Pero la mayoría de las mujeres prefería ir a los mercados y almacenes para comprar a más bajo precio.
No obstante, aparecen algunos personajes típicos como: el encargado, quién era el mandatario del propietario, responsable del cobro de los alquileres y del desalojo de algún moroso o indeseable, el que administraba la justicia casera ante los altercados propios de esos sórdidos lugares. Se perfila en el poema la convivencia entre “tanos” y “gallegos”, como fenómeno típico de la inmigración, que atraía gentes de los países más diversos; y finalmente aparece en el poema el sórdido mundo de los personajes marginales.
"...el proceso integrador que se producía en el conventillo, por cuanto entre sus habitantes, además de los inmigrantes, se encontraban los otros marginados del nuevo orden que se sucedía después de la Batalla de Caseros: los gauchos de a pie."
Este hombre, que ya habitaba el país, termina encontrándose con el inmigrante en una confluencia de culturas, comenzando un largo camino de génesis de una nueva sociedad y un nuevo hombre, proceso que aún hoy parece continuar.
Algunas casas patricias de notoria fama se convirtieron en conventillos; entre otras podemos citar La casa de la Virreina Vieja, ubicada en Perú y Belgrano, que fue habitada entre 1801 y 1804 por el Virrey del Pino, y luego por su viuda, por la cual llevaba esa denominación.; La casa de Ramos Mejía, ubicada en Bolívar 553, que fue el asiento de la legación extranjera y el refugio transitorio de Rosas previo a exiliarse en Inglaterra; La casa de Manuel de Lavardén, en Balcarce y Venezuela, que habitara el poeta autor del drama Siripo; y La casa de los López, construida por Don Manuel Planes, dónde Vicente López y Planes escribiera el Himno Nacional.
POEMARIO AL CONVENTILLO
Unos versos salidos de la pluma de Alberto Vaccarezza, tal vez nos ayuden a ingresar en el tema:
Un patio de conventillo
un italiano encargao
un yoyega retobao
una percanta, un vivillo
un chamuyo, una pasión
choques, celos, discusión
desafío, puñalada
espanto, disparada
auxilio, cana...telón
"...basten los versos de “Oro muerto”, el tango escrito por Julio Navarrine con música de Juan Raggi, que en la voz de Carlos Gardel nos hacen participar de la vida de un patio de conventillo de principios de siglo:
El conventillo luce su traje de etiqueta
Las paicas van llegando, dispuestas a mostrar,
que hay pilchas domingueras, que hay porte y hay silueta,
a los garabos reos, deseosos de tanguear.
La orquesta mistongera musita un tango fulo.
Los reos se desgranan buscando, entre el montón,
la princesita rosa de ensortijado rulo
que espera a su Romeo como una bendición.
El dueño de la casa
atiende a las visitas
los pibes del convento
gritan en derredor
jugando a la rayuela.
al salto, a las bolitas,
mientras un gringo curda
maldice al Redentor.
El fuelle melodioso termina un tango papa.
Una pebeta hermosa saca del corazón,
un ramo de violetas, que pone en la solapa
del garabito guapo, dueño de su ilusión.
Termina la milonga. Las minas retrecheras
salen con sus bacanes, henchidas de emoción,
llevando de esperanzas un cielo en sus ojeras
y un mundo de cariño dentro del corazón.
(extraído del libro: "De Garay a Gardel...La sociedad, el hombre común y el tango: 1580- 1916 " Ediciones Biblioteca Nacional- Bs.As. - 1998).
Fuente: Carlos Araujo; Foro Argentino de la Cultura Urbana