El origen de la famosa imprenta que crearon los jesuitas en las Misiones se remonta al 1699 o 1700. Sus creadores fueron los PP Juan Bautista Neumann y José Serrano.
Antes que existiera la imprenta de Loreto ya habían existido otras en México hacia 1533. Pero los historiadores concuerdan definitivamente que fue la primera imprenta fabricada en América del Sur.
Fuera de las Misiones recién existió en Buenos Aires una en 1780, cuando hacía más de 80 años que había sido fabricada la imprenta misionera. No obstante, antes de ésta, para la impresión de los papeles oficiales del Virreinato en Buenos Aires, el virrey Vértiz echó mano de otra imprenta que los mismos jesuitas habían creado en 1765 en la Universidad de Córdoba.
El lugar de origen de la primera imprenta guaraní-jesuítica es el pueblo de Loreto, según afirma el clásico historiador de las Misiones Jesuíticas, el padre Guillermo Furlong. Los jesuitas reclamaban ya desde 1632 a España que se enviara un hermano impresor de las provincias jesuíticas de Alemania, Francia o Flandes a la Provincia Jesuítica del Paraguay. Pero finalizando el siglo XVII aún no habían logrado este cometido. Por eso, ya desesperanzados por el arribo de religiosos expertos en las artes tipográficas, el ingenio y habilidad del padre Juan Bautista Neumann, austríaco nacido en Viena el 7 de enero de 1659, hizo que finalmente se construyera una imprenta con maderas nobles de la región y una aleación de plomo y estaño para fabricar los tipos.
El padre Neumann había venido al Río de la Plata en 1690. Además de fundador de la primera imprenta, fue uno de los heroicos exploradores del río Pilcomayo cuando se intentó unir las Misiones de Guaraníes con las de Moxos y Chiquitos. En ese intento falleció en Asunción el 5 de enero de 1705 afectado de disentería.
El padre Neumann fue acompañado en esa tarea por el padre José Serrano, andaluz, nacido en Antequera el 12 de mayo de 1634. En 1652 había ingresado a la Compañía de Jesús y seis años después llegó al Río de la Plata con sólo 24 años. Estudió en el Colegio Máximo o Universidad de Córdoba ordenándose allí de sacerdote en 1662. Fue Superior de la Orden, a cargo de la Provincia Jesuítica del Paraguay entre 1690 y 1694. Murió a los 79 años en 1713 y está enterrado en Loreto.
Fueron estos curas los fundadores del arte tipográfico rioplatense en las Misiones. Con esa rudimentaria prensa publicaron los primeros libros del territorio sudamericano.
La primera obra publicada data de 1700 y fue una traducción del Martirologio Romano hecha por el Padre Serrano, un extenso catálogo de los mártires y santos de la Iglesia.
En los Inventarios, realizados en 1767 cuando los Jesuitas son expulsados, aparecen ediciones de esta obra en muchos pueblos. Sólo se ha conservado uno, hallado en Concepción el cual carece de portada y mantiene sólo el 40 por ciento de sus páginas originales.
Después del Martirologio los curas se animaron a editar otros libros. Entre 1705 y 1727 se publicaron en las Misiones ocho libros diferentes. Por ejemplo, el “Flos Sanctorum”, una obra del siglo XI que trata la vida de los Santos de la Iglesia, fue traducida al latín y al guaraní por el P. Serrano, al igual que la traducción al guaraní de la “Diferencia entre lo temporal y eterno” del P. Nierember. De los ocho libros, cinco están escritos en guaraní, uno en latín y guaraní y los dos restantes en castellano. En 1724, en Santa María fue impresa una obra escrita por un cacique de ese pueblo, Nicolás Yapuguay titulada “Explicación del catecismo en lengua guaraní, con dirección del P. Paulo Restivo”.
Constaba de 402 páginas. En 1727, el mismo Yapuguay editó otra obra hecha en la reducción de San Francisco Javier titulada “Sermones y ejemplos en lengua guaraní”, de 165 páginas. Yapuguay era un músico de Santa María, con un nivel destacado en la comunidad.
Furlong, que conoció la imprenta y estuvo en el equipo que la restauró a mediados de la década de 1940, indica que los tipos utilizados en la prensa son muy creativos y construidos con materiales definitivos. Y que es infundado aquello de que se construyeron tipos de madera y, al resquebrajarse algunos de ellos hacían muy difícil la lectura de las impresiones. Los tipos eran de estaño, material que no escaseaba en las Misiones, como lo indican los Inventarios de los Pueblos. Dobrizhoffer, quien visitó la imprenta, dejó el dato de que los tipos eran de una amalgama de estaño y plomo. Sólo el papel era importado de Europa. La tinta se la hacía con una mezcla de varias hierbas, sobresaliendo la yerba mate. La imprenta tuvo licencia para imprimir, como se requería en la época. Se la dio en Lima el 5 de setiembre de 1703, como consta en el Prólogo de la “Diferencia entre lo Temporal y Eterno”.
En los libros publicados aparecen varios lugares. Por ejemplo “Impreso en las Doctrinas en 1705”, o “En el pueblo de Santa María la Mayor. El año de el Señor de 1724” o “En el Pueblo de San Javier de 1727”.
La hipótesis de Furlong es que hubo sólo una imprenta, que se la trasladaba a los pueblos mencionados donde se imprimieron las obras, pero varios tipógrafos en los diferentes pueblos, donde existían colecciones de caracteres tipográficos.
Por eso, si por imprenta se entiende al conjunto de partes para imprimir: la platina, el cuadro o frasqueta, el árbol o tórculo, con su mesa y bisagras hubo sólo una, ambulante. Ahora, si por imprenta se entiende al taller donde unos oficiales fabrican tipos, los escogen, los alinean, disponen en páginas, en espera de la imprenta ambulante, hubo varias imprentas en las Misiones. En 1727 dejó de funcionar la imprenta misionera. No hay datos de impresiones posteriores a esa fecha. Y es difícil explicar las razones para ello. La imprenta desde esa fecha hasta 1784 siempre estuvo en Santa María la Mayor. No fue retirada de allí. Pero lo llamativo es que en ese tiempo, desde 1727 hasta la expulsión varios documentos hablan de que en cada pueblo existen tipógrafos o impresores idóneos. Algunos historiadores indican que España veía con malos ojos la imprenta, pero Furlong dice que nunca hubo una prohibición de la Corte española.
El cree que la imprenta había sido construida para la publicación en guaraní de obras religiosas. Y que desde España se fomentaba el aprendizaje del castellano a los indios y la abolición del idioma nativo. Y que los jesuitas prefirieron seguir publicando pequeños folletos en lengua guaraní que no trascendieran las Misiones. Porque, según afirma Guillermo Furlong, la imprenta siguió funcionando y siguieron habiendo maestros impresores en los pueblos misioneros.
En 1890 la Imprenta de Santa María la Mayor fue enviada al Museo Histórico y se propuso su restauración. En 1942 pasó al Museo del Cabildo donde se la restauró por disposición del historiador Ricardo Levene, con el asesoramiento del propio Furlong.
Por Alfredo Poenitz
Historiador
Fuente: Diario El Territorio